Ciro Bianchi Ross
El escritor Jaime Sarusky recuerda aún aquel día de 1970 cuando, en busca de tema para un buen reportaje, un cambio de tren lo llevó a conocer Omaja, asiento de una colonia norteamericana en la zona oriental de Cuba. El asombro inicial de que allí el nombre de una ciudad del estado de Nebraska y de una nación de bravos indios pieles rojas se cubanizara con la “j”, pronto quedó atrás cuando el visitante recorrió la pequeña villa y vio sus casas y bungaloes destartalados por el paso del tiempo, así como los restos del hotel y la iglesia metodista y le pareció que por algunas de las puertas con batientes de la bodega, que bien pudo haber sido la taberna, podría emerger en cualquier momento la figura tranquila y legendaria de Billy the Kid dispuesto a enfrentarse solo con una banda de adversarios.
Aquel descubrimiento marcó un interés todavía vivo en Sarusky (Premio Nacional de Literatura, 2004) por otros asentamientos de extranjeros. Siguieron sus investigaciones en torno a suecos, japoneses, hindúes y yucatecos en la Isla, que recogió en su libro Los fantasmas de Omaja (1986) mientras que en otro título de 1999 narró las peripecias de un grupo de suecos que huyeron de la pobreza y la miseria y buscaron en Estados Unidos, primero, y en Cuba después el lugar para realizar su anhelo de bienestar.
En esa línea se inscribe su libro más reciente, Las dos caras del paraíso. Lo publicó Ediciones Unión y lo conforman crónicas sobre la huella cubana, durante las primeras décadas del siglo XX, de emigrantes canadienses, finlandeses, haitianos y japoneses, sin olvidar las peculiaridades de la presencia hebrea. Son esas páginas del libro a las que quiero referirme y glosaré hoy.
QUÉ ES UN JUDÍO
El tema le toca muy de cerca. Sarusky desciende de una familia judía. Sus progenitores fueron también emigrantes. La madre, bielorrusa. Su padre, polaco, encontró empleo en las labores de reparación de la línea férrea del norte de Oriente. Ahorró y compró algunas mercancías que comenzó a vender de puerta en puerta. Prosperó y abrió un establecimiento, lo que le permitió traer de Polonia a seis de sus nueve hermanos, a los que ayudaría a radicarse aquí. Sarusky es el primer cubano de su estirpe. Nació en La Habana y vivió hasta los nueve años en la localidad avileña de Florencia. Quedó huérfano siendo niño y pronto entró en contradicciones religiosas con los suyos. Jamás puso piedras en la tumba de sus padres, como hacen los judíos, sino flores.
Qué es un judío o, mejor, que son los judíos, se pregunta el escritor en Las dos caras del paraíso. ¿Una civilización, una cultura, un pueblo? Dice enseguida que el carácter ambiguo, por lo variado y hasta contrapuesto, de la condición social en que históricamente se han situado o han sido situados los judíos, revela la complejidad del asunto. Y puntualiza: “Un judío puede no asumirse como tal por abstención o alejamiento de la religión y de las tradiciones, o porque no posee sentido o conciencia de pertenencia”. Si trata de enmascararse o de escapar, los antisemitas, de descubrirlo, lo discriminarán, lo expulsarán de donde se encuentre, lo reducirán a un ghetto o lo eliminarán. La Inquisición condenó a los judíos a la hoguera; los nazis, a las cámaras de gas.
LOS PEREGRINOS DEL SAN LUIS
Así como los españoles sin excepción son aquí gallegos, todos los judíos, vinieran de donde vinieran, eran aquí polacos. En Cuba, el polaco formaba parte del paisaje. Aun así, dice Sarusky, el antisemitismo se expresaba de las más disímiles formas, como negarle empleo a un judío. “Pero no se trataba, precisa, de una política de Estado ni de un rechazo popular, sino de acciones condicionadas por intereses de clases”. En este punto recuerda las campañas antisemitas del Diario de la Marina. Representaba ese periódico los intereses de los ricos comerciantes españoles que veían con recelo y temor la competencia de los comerciantes judíos.
También el Diario de la Marina azuzó el odio contra los judíos cuando el incidente de los peregrinos del San Luis, en junio de 1937. Ese barco, con más de 900 refugiados judíos a bordo, permaneció durante varios días anclado en el puerto de La Habana en espera de que se autorizara el desembarco de sus pasajeros, procedentes de la Alemania de Hitler. El gobierno del presidente Laredo Bru, sin embargo, se negó a concederles el permiso. Más que por decisión propia, las autoridades cubanas procedieron de esa manera por presiones del Departamento de Estado norteamericano. Cordell Hull, titular de esa secretaría, pidió a La Habana que les negara el derecho de asilo con el pretexto de que las cuotas para los potenciales emigrantes procedentes de la Europa central estaban ya cubiertas en Estados Unidos, país a donde, en definitiva, se suponía viajarían muchos de aquellos refugiados. Levó anclas entonces el San Luis con su carga, en Miami también se les negó el ingreso y fue en Holanda donde al fin pudieron desembarcar los pasajeros. Una aventura trágica. Más de 670 de ellos fueron capturados por los nazis y murieron en campos de concentración. Los 240 restantes pudieron escapar otra vez para ponerse a salvo.
UN POCO DE HISTORIA
Los primeros judíos llegaron a Cuba con Colón. En sus viajes a América navegaron con el Almirante unos 160 judíos, seguramente conversos o que ocultaban su origen para escapar de la Inquisición. De ellos, se recuerdan los nombres de Martín Alonso Pinzón, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, políglota consumado que fue el primer terrateniente hebreo en Cuba y el introductor del tabaco en Europa. Fueron judíos portugueses, por otra parte, los que trajeron la caña de azúcar.
Aun así, dice Sarusky, fue tarea ardua la de los judíos en su afán de echar raíces en la Isla y en todo el nuevo continente pues cuando se autorizó la venida de los hijos de los quemados por la Inquisición, se les impuso la restricción de que no ocupasen cargos públicos. Se les obstaculizaba su movilidad social y no fructificaban sus expedientes de “limpieza de sangre”. Carlos V, en 1552, prohibió la venta de hidalguías a los que tuviesen un antepasado condenado por pública infamia, a los descendientes de los comuneros y a los sospechosos de herejía o de descender de judíos. Los sucesores del Emperador, a partir del siglo XVII, flexibilizaron la venta de ese privilegio. De todas formas, era judía conversa Isabel de Bobadilla, que sustituyó a su esposo, Hernando de Soto, como gobernadora de la Isla e inspiró al artista que esculpió La Giraldilla.
No fue hasta 1881 cuando el gobierno de Madrid autorizó la migración de los judíos. Es a partir de entonces, recuerda Sarusky, que puede hablarse de una comunidad judía en Cuba, si bien no existía la libertad de cultos. Martí tuvo a judíos entre sus colaboradores cercanos y fue valioso el aporte de la comunidad judía de Cayo Hueso a la Guerra de Independencia, en la que sobresalieron combatientes judíos.
En 1906 sumaban unos mil los judíos radicados en Cuba. Eran en lo esencial hombres de negocios y fundaron una institución social y una sinagoga en La Habana y un cementerio en Guanabacoa. Entre 1910 y 1917 arribaron unos cuatro mil judíos sefarditas procedentes de Marruecos y Turquía. En 1919 llegaban a dos mil los hebreos ashknazis provenientes de Polonia, Rusia y Lituania, y esa cifra se duplicaría hacia 1924.
Los sefarditas, cuenta Sarusky, buscaban las zonas suburbanas o rurales. Eran vendedores ambulantes e introdujeron los créditos en su práctica comercial. Al comercio y a la pequeña industria se dedicarían en La Habana los ashknazis, sobre todo durante la II Guerra Mundial y después. En 1945 se contaban unos 25 000 judíos en Cuba. Las más nutridas migraciones habían tenido lugar en las décadas de los 20 y los 30 y en La Habana Vieja, sobre todo, establecieron escuelas, bodegas, cafés, restaurantes, tiendas para la venta de tejidos y retazos… e introdujeron la industria de la talla de diamantes. Dos periódicos, uno en yiddish, y otro en español, se editaban para esa comunidad que desplegaba una activa vida cultural y social, tanto en la capital como en las provincias. Muchos de ellos, con el fin de la guerra, volvieron a Europa o pasaron a radicarse en Estados Unidos o Canadá. De esa etapa, algunos nombres se recuerdan en La otra cara del paraíso: Erich Kleiber, brillante músico que dirigió la Orquesta Filarmónica, Ludwig Chajovitz, que fundó e impulsó el Teatro Universitario, y Sandú Darié, destacado pintor y escultor que nunca más se fue de Cuba.
DOS TRADICIONES
Esa comunidad entró en crisis a partir de 1960 cuando la nacionalización de comercios e industrias provocó la emigración de la mayoría de sus componentes, por lo general comerciantes y profesionales. ¿De qué fuentes se nutriría?, se pregunta Sarusky y responde que el Patronato Hebreo convocó a todo el que tuviera briznas de judaísmo en su estirpe. Eran contadas las parejas que contaban con ascendencia judía directa y desde 1965 las uniones matrimoniales eran mixtas pues un judío o una judía casi nunca podía casarse con alguien de su misma creencia. El Patronato debía actuar con tacto y de manera flexible, poniendo a un lado el excesivo fervor religioso. Por suerte, agrega Sarusky, el Patronato había adoptado el rito conservador, que es mucho más moderno y acorde con los tiempos que el rito ortodoxo. En este rito, enquistado en tradiciones antiguas, es la madre judía la que otorga legitimidad a sus descendientes. Ahora se trataba de que todas las familias, mixtas o no, se asumieran como judías.
A diferencia del rito tradicional, donde las mujeres no pueden mezclarse con los fieles masculinos, el rito conservador concede a la mujer acceso pleno al ritual. En Cuba, donde no reside ni oficia un rabino de manera estable, son mujeres las que se encargan de conducir el oficio. Y apunta Sarusky el fuerte contraste entre las ceremonias del pasado y las de hoy en La Habana. Dice: “Quien haya visto unas y otras, con seguridad no podrá ocultar su desconcierto por la abismal diferencia. Son dos manifestaciones tan diferentes de una misma creencia, que se diría que un tajo espectacular las escindió, al punto de que nada tienen que ver entre sí”.
El mundo judío no es uno ni monolítico, advierte Sarusky en Las dos caras del paraíso. Vista a la distancia la unidad judaica parece un haz compacto, pero ofrece, de cerca, un panorama heterogéneo. En Cuba, los hebreos enfrentan la dramática disyuntiva de disolverse o intentar reencontrarse y conseguir una cohesión, por precaria que sea, asevera el escritor y concluye: “Es imposible vaticinar cómo será la comunidad hebrea en Cuba en el 2025 o en el 2050. Pero si aún entonces permanece viva y activa, seguramente tendrá características muy propias, en las que estarán fundidas, en una entidad singularmente caribeña, dos tradiciones: la hebrea y la cubana”.