La “trova flamenca” de La Otra Mitad
Toca bien la guitarra. Canta bien. Y me gustan esas composiciones suyas influídas por la melancolía festiva de Sabina y el humor inherente al ADN nacional. Dirige un grupo de fusión, La Otra Mitad, en el que escribe, pone voz y pulsa cuerdas. “Es como ser un tres en uno”, le digo. Y sonríe.
Treinta y tres años tiene, y lleva rato en busca de una “otra mitad”. Él encabeza la que aporta la música, la que canta y padece lo que canta. Pero anhela la otra, la restante, la que premia en aplausos y asiste a los conciertos. Junto a sus músicos, Maykel busca a su público en el largo y tortuoso camino del arte.
Ahora está frente a mí, en el patio cualquiera de una casa cualquiera de un barrio periférico. Está en mis predios, y lo inquiero, lo azuzo, lo conmino…
“No, yo no he perdido el tiempo en el mundo de la música. Lo que pasa es que el arte, mientras uno no llega adonde quiere, es malagradecido. Y en vez de darte, te quita. Fíjate que yo he hecho hasta de payaso de cumpleaños, porque todavía el grupo no está en condiciones de vivir de lo que hace. Pero por suerte, después que te quita, el arte puede regresarte todo de un golpe. Sé que cuesta trabajo, pero La Otra Mitad va a llegar, y como que lo hará con tiempo y mucho esfuerzo, tendrá cimientos fuertes”.
Eso es lo primero que me dice, tajante, embarrando de sueños un pan duro. Escogió una profesión de sacrificios, y ahí los tiene. Mas no ceja, no duda, no se apoca. El hombre y su guitarra. El grupo ante la gente. Eso le gusta. Le gustó desde siempre, según cuenta…
“Yo me metí de lleno en la música a los 18 años, pero fue a los 13 que empecé a tocar la guitarra. Aprendí de manera autodidacta, con manuales y revistas que traían los acordes de los temas. Con el tiempo me puse a escribir mis canciones, y me dio por meterme en todo lo que tuviera que ver con trova y con guitarra, lo mismo en Casas de Cultura que en actividades de la cuadra. Y a los 21 se me metió en la cabeza la idea de formar un piquete. Al inicio hacíamos mucha fusión de pop y rock, muy en la onda de Carlos Varela. Pero después aquella banda, que desde entonces ya se llamó La Otra Mitad, no ‘caminó’, pese a que nos radiaban bastante. Inclusive, en el programa Mezcla salimos como Mejor Agrupación Novel por allá por el 2000″.
-Entonces, ¿se desintegraron?
-Sí, y a partir de ese momento estuve unos años trabajando solo, viendo en qué podía guapear. Y no creas, me pasaron algunas cosas lindas. Digamos, tuve el privilegio de grabar dos canciones con Omara Portuondo. Eso no se me olvidará jamás. Mi amigo Frank Federico Boza, director de la orquesta Isla Caribe, me ayudó a llegar a ella, conversamos, le mostré algo de lo que yo había hecho, y en menos de un mes grabamos a dúo un par de canciones en la EGREM: “Veinte años”, de María Teresa Vera, y “Ay amor”, de Bola de Nieve.
-¿Cuándo aparece la nueva generación de La Otra Mitad?
-Hace unos dos años. Ahora tiene un formato diferente, a base de cuerdas y percusión. Esto último corre a cargo de Juan Carlos Mejía, mientras Pedro Lezcano asume la guitarra prima y la vocalista Yanet Ortiz se encarga de la miscelánea. Y la verdad, me siento satisfecho. Gracias a Dios me relaciono bien con el público y quizás podría hacer carrera solo, pero yo prefiero los grupos, porque me encanta mirar para el lado y tener a alguien ahí que me dé lo que le estoy dando yo, alguien que está disfrutando con lo mismo que yo. Que haya una interrelación de energías, para decirlo de algún modo. No es lo mismo ser solista que estar compañado por gente que te aportan una ‘bomba’ tremenda.
-¿Siempre cantan letras tuyas?
-Mira, yo siempre tuve inclinación por escribir. Leía bastante, hacía poemas, y cuando me entró el bichito de la música, me dio por hacer mis propios temas. Eso también lo aprendí de oído, y a estas alturas tengo unas 45 composiciones que hablan de cualquier cosa, en dependencia de lo que me inquiete en ese momento. Hay por ahí hasta canciones de amor sobre problemas que me han contado, me meto en el pellejo de la gente y salen esas cosas. Básicamente, eso es lo que cantamos. Pero también tenemos incorporados temas de Sabina, de Alejandro Sanz, boleros de aquí y de allá…
-Hasta el momento, nada de conciertos… ¿o sí?
-Conciertos, lo que se llama conciertos, no hemos dado ninguno. Hay un viejo proyecto de cantar en Bellas Artes, pero no se ha dado. Aunque nosotros mismos hemos organizado presentaciones, como en la Peña del grupo, que establecimos en Neptuno entre Perseverancia y Manrique, en Centro Habana. O en la UNEAC, en el espacio de la Trova sin Traba. Sinceramente, mal no creo que nos haya ido. Fíjate que hace menos de un año estuvimos en el espacio televisivo Cuerda Viva, y tuvimos nominaciones en su competencia anual como Mejor Agrupación Novel y Mejor Agrupación de Trova. Pero sí, ese podría ser el Talón de Aquiles que tenemos, la dificultad para abrir las puertas de los teatros.
-¿Y qué hacen para atenuar ese handicap?
-Trabajar. Por ejemplo, ahora mismo formamos parte de un proyecto de la Fundación Nicolás Guillén. Nos han dado la tarea de musicalizar algunos poemas, y ya tenemos cuatro montados: “La vida empieza a correr”, “Glosa”, “Pero que te pueda ver” y “Canción segunda”. Esa vinculación, obviamente, nos aporta prestigio. La Fundación nos abre el campo para promover la obra de Nicolás y, a la par, la nuestra.
-En la música que hacen se nota bastante la huella del flamenco…
-Esa fusión que hacemos con el flamenco nos diferencia mucho de otras agrupaciones. El flamenco nos identifica en cada tema, lo mismo en la voz que en los pasajes de guitarra. Es que me gusta mucho, es una música que viene de muy adentro. En ese sentido, nuestras influencias no son las más clásicas, sino de gente más contemporánea como Estopa y, sobre todo, Jarabe de Palo.
-¿Hasta dónde llegará la fusión en La Otra Mitad?
-Nosotros nunca hemos querido quedarnos en la trova pura, y por eso incorporamos guarachas, bachatas, baladas y hasta temas jazzísticos. Y te digo más: nuestra música hace fusión con todo, menos con reguetón. Que a fin de cuentas es lo que más abunda. Desgraciadamente, como hace poco dijo alguien en Casa de las Américas, hemos pasado de ser exportadores de música para acabar importándola, y por ese camino hemos ido dejando en la cuneta géneros como el son y la propia guaracha. Yo vivo convencido de que, al final, la canción inteligente queda en la memoria, y lo demás se va al olvido.