VIVIENCIAS DE UN JOVEN REBELDE/ Por Enrique José Villegas Arias
El tiempo
deja a cada persona vivencias inolvidables, que con los años se
arremolinan en la mente, para volverlas a
recordar con
alegrías y también con
tristezas, porque jamás se repetirán y hoy son partes
inseparables
de
nosotros.
A mi ciudad
natal de Puerto Padre
regresé después del 1 de
Enero de 1959, pues tuvimos que abandonarla ante las amenazas de asesinarnos, hechas
por el Sargento Mora, del ejército batistiano.
¿ El
motivo del peligro?...
El socorro
brindado por mi familia a un miembro del Movimiento 26 de Julio, quien junto
a otros en Puerto Padre, asaltaron en acción suicida a la Junta
Electoral, edificio transformado en cuartel de los ¨casquitos¨,
con la finalidad de conseguir
armas para luego dirigirse al monte, donde estaban los campamentos del
Ejército Rebelde.
Hace 53
años atrás miembros del Ejército Rebelde recorrieron
las aulas del Centro Escolar Josefa Agüero, de la ciudad de Puerto
Padre, para invitarnos a integrar la Asociación de Jóvenes
Rebeldes.
Recuerdo que
el entusiasmo prendió en un grupo, la guerra contra la dictadura de
Fulgencio Batista había terminado, pero aún estaban muy
frescas las narraciones sobre combates, escaramuzas, sabotajes y
ajusticiamientos de chivatos.
También en mi imaginación la Guerra de Independencia
aún no había terminado, pues cada domingo después de
escuchar la misa del Padre español Francisco de Salazar, en el
desayuno con mi bisabuela
Doña Socorro Trinchet Ponce de León, ella narraba todas las
peripecias de su vida en la manigua junto a mi bisabuelo Manuel de Lucio Villegas, agente de
la inteligencia mambisa, quien al llamado hecho por Martí A los Pinos
Nuevos, abandonó la ciudad alemana de Bremen, donde ejercía
como abogado para incorporarse a
la lucha por la libertad de
Cuna.
Para mi todo
era igual. No había diferencias y formé un simple esquema a
partir de su entusiasta testimonio: los casquitos eran los españoles
y los rebeldes los mambises, confusión infantil que por poco me
cuesta la vida…Pero ese no es el tema para este testimonio, sino que
lo será para otra ocasión.
Los
reclutadores que se encontraban en el Centro Escolar Josefa Agüero, de
Puerto Padre, nos indicaron que los interesados debíamos personarnos
en un vetusto edificio, casi en ruinas, que ocupaban la Marina de Guerra y
la Aduana, en la Villa Azul, muy cerca del muelle del que partían los
barcos de Pepe Roque hacia el Cayo Juan Claro y la playa de La Boca.
Hasta la
desvencijada edificación , con paredes requebrajadas y llenas de
humedad, fui con otros
estudiantes más, cuyos nombres no recuerdo en estos momentos y nos
presentamos ante el responsable
de la Asociación de Jóvenes Rebeldes en Puerto Padre nombrado,
Ángel Concepción.
Pensábamos que nos entregarían los fusiles Garand y
Springfield del desparecido ejército batistiano para recibir
instrucción militar, aprender su manejo y hacer las guardias en ese local.
…Pero
enorme disgusto ganamos, los esperados ¨fusiles¨ tenían esa
forma, pero hechos de una madera muy pesada y cuando los situábamos a
nuestro lado en posición de firmes, eran tan o más altos que
nosotros.
No obstante,
otros alicientes suplieron nuestro disgusto, pues nos daban entusiasmo con
adrenalina desbordada,
después de eso subimos el Pico Turquino.
Posteriormente, se abrió en Puerto Padre, la oficina de las Milicias
Nacionales Revolucionarias cuyo responsable se nombraba Héctor Ochoa.
El era vecino
y aceptó mi ingreso pues yo era mecanógrafo, necesitaba uno
con urgencia, pero había un inconveniente: mi corta edad.
Mi padre y
él conversaron y llegaron a un
acuerdo. Me incorporo a ese trabajo voluntariamente, o sea, sin ganar
un centavo, salvo las abundantes y sabrosas meriendas que nos preparaban sus
bonitas hermanas.
De mi
estancia en el lugar recuerdo las montañas de planillas, fotos, goma
de pegar, de borrar, junto a largos listados con los datos de milicianos,
así como los números de pelotones y
compañías.
Recuerdo que
el mejor miliciano que había en ese entonces se nombraba Arcadio
Martínez, de quien supe después que llegó a ser un alto
oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Arcadio era
mucho Arcadio, una persona
incansable, ejemplo para la tropa porque infundía respeto con su
sacrificio, siempre dispuesto a cumplir un cometido sin importar hora o
día.
Hago un alto
para reconocer su estatura humana, sería injusto de mi parte no
hacerlo.
Era capaz de
hacer largos recorridos a pie por el litoral norte de la provincia de Las
Tunas, con su descolorida mochila cargada de sueños, un nylon, unas
pocas balas, alguna conserva y un fusil que pedía mantenimiento a
gritos.
Años
después mis padres se
separaron y retorné a vivir con mis abuelos maternos, a la ciudad de
Las Tunas, donde logré concluir mis estudios primarios, secundarios
para continuar los de preuniversitario en el Bloque 3 de la Ciudad Escolar
Ciro Redondo, de Tarará, en La Habana, y luego dirigirme a Santiago
de Cuba, donde en 1973 concluí los estudios de Licenciatura de
Periodismo.
En este
apretado testimonio, dejé a un lado otros hechos de los que fui
partícipe, me impactaron y contribuyeron a mi formación, ante los nuevos
retos de la vida.
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