Recordando a Vilma en el aniversario de la FMC: “Raúl dice que lo embrujé cantando”
23 AGOSTO 2012
Por Nirma Acosta
Era el año 1952. La Universidad de Oriente vivía el ajetreo de costumbre. El aula de cuarto año de Ingeniería recibía clases de Mecánica. De un golpe la puerta se abrió y apareció un bedel ansioso por contar cuanto sabía. La noticia irrumpió las calles y las casas de todo el país. La radio ya estaba informando: “Batista tomó el poder”. Ella quedó atónita de rabia y sintió una chispa encendérsele dentro. El profesor de turno tenía un hermano con aspiraciones a un puesto en las elecciones de 1952 y en respuesta al comentario del hombre, dio un puñetazo en la mesa y aseguró: “Aquí no queda otro camino: alzarse”. Entonces, era solo Vilma Espín, tenía 21 años y estaba entre las pocas muchachas que en aquella época optaban por una carrera casi privativa de hombres: la Ingeniería Química Industrial. Delgada, de elegantes maneras; suave y tierna, pero con una firmeza y madurez que le distinguían. Recuerda que a pesar de la arenga oportunista del académico, no cabía duda de que había llegado el momento. ¿Cómo decírselo a los padres? ¿Por dónde empezar?
“Nos quedamos en la Universidad que se mantuvo todo el día rodeada por los soldados. No podíamos hacer mucho, pero era la forma de oponernos al golpe militar del 10 de marzo. Recuerdo que utilizamos un poema de Heredia que decía: Que si un pueblo su dura cadena/ No se atreve a romper con sus manos/ Bien le es fácil mudar de tiranos/ Pero nunca ser libre podrá. Hasta pusimos un tocadiscos con la grabación del poema de Guillén: no sé por qué piensas tú, soldado que te odio yo. Luego salimos a las calles a repartir volantes. Fueron detenidas algunas compañeras, pero gracias a la intervención de uno de los profesores se evitaron males peores.”
La familia Espín Guillois con el respeto de costumbre se reunía en el comedor. Había complicidad en aquel mutismo de tarde, pero la palabra les martillaba en su interior: “¡Alzarse!, ¡Alzarse!” Ella rompió el cerco que les tendía el silencio:
-Papá, mi hermana y yo estamos decididas. Ustedes siempre nos han enseñado a hacer lo que debemos. A partir de hoy, no se preocupen por nosotras y no nos pregunten a dónde vamos ni a qué hora venimos. Queremos cumplir con lo que nos toca.
Entonces, se esfumaron los ruidos, se detuvieron los cubiertos, los rostros quedaron impávidos… las chicas se habían atrevido, y nadie podía impedírselo. Habían preferido una educación materialista y aceptaron con beneplácito a aquel maestro de Historia de Cuba, hijo de un ayudante de Maceo. Sin relegar que en el árbol genealógico de la familia se yergue Paul Lafargue, el yerno de Carlos Marx, fundador del Partido Socialista Francés.
“Poco tiempo después del golpe de estado nos afiliamos al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) de García Bárcena. En esa organización había distintas tendencias, así que no podía ser algo definitorio, pero tuvo el mérito de aunar a los jóvenes que más tarde integraríamos el movimiento revolucionario en Santiago de Cuba. Frank País era su jefe de acción. El MNR duró hasta que fueron detenidas sus principales figuras.
“En aquella época a mi papá no le gustaba que en casa se hablara de política porque todo era muy sucio y corrupto -decía-, pero simpatizaba con Chibás y albergaba cierta esperanza en la posibilidad de unas elecciones. Creo que bastantes personas confiaban en lo mismo. Por eso, cuando Batista da el golpe de estado la reacción de los cubanos fue de repulsa contra aquella bajeza. Frank tenía 17 años y ya estaba en la lucha, era dirigente de la Normal. Hicimos manifestaciones cuando la muerte de Rubén Batista, tiramos volantes de protesta. Íbamos al cine por las noches y regábamos papeles con consignas.”
Cualquiera hubiera imaginado otro destino de oropel para la joven Vilma, pero cuando pudo elegir apostó por las dificultades de la guerra. Cada vez que los sicarios dejaban a su paso algún acto de masacre o barbarie ordenada por el gobierno, la respuesta no se hacía esperar.
“Alguna vez pensé que el momento de luchar llegaría inevitablemente, así que me fui preparando para eso. En sueños, a veces, me veía en los combates; por eso no tuve tiempo de sentir miedo. En Santiago, había mucho fervor contenido. Entonces, vino el asalto al Cuartel Moncada.”
Eran como las cinco de la madrugada cuando en la vieja casona de los Espín Guillois, la algarabía de las muchachas levantaba sospechas… El padre les observaba con una gran interrogación en los ojos, casi les interpelaba: ¿Qué significaban aquellos tiros que se escuchaban desde tan temprano? ¿Qué estaba pasando en el Moncada? La intuición y las ansias de independencia las ayudaba a especular sobre lo que era ya una verdad: “¡por fin! alguien se atrevió a darle duro a Batista”. Claro que arremeter contra aquella mole llena de guardias era demasiado osado hasta para los más ortodoxos santiagueros que desde mucho antes ya habían abrazado, sin recatos ni miedos, otras revoluciones.
“Recuerdo que fui corriendo para el cuarto de mis padres y eufórica les repetía: ¡Qué bueno!, ¡Qué bueno!, están atacando el Moncada… Ya por la tarde, supimos lo de la muerte de Renato Guitart; fue triste, le avisaron al padre a la hora de trasladarlo hacia el Cementerio. Recuerdo que mi hermana y un vecino se llegaron al Arzobispado que quedaba justo frente al Saturnino Lora y desde la azotea vieron los muertos tirados alrededor del hospital. Estaban golpeados, torturados… En ese momento, no sabíamos quiénes eran; tampoco conocíamos a Fidel; solo sabían de él los de la Ortodoxia, la Universidad y algunos otros. El 27 de julio decidimos aproximarnos hasta el cuartel para averiguar, nos acercamos hasta una de las postas; nos dejaron pasar, pero muy pronto uno de ellos sospechó y nos preguntó qué queríamos. No nos callamos. Respondimos: conocer a los valientes que asaltaron el cuartel. Ese día mataron a muchos jóvenes y el pueblo sentía una gran indignación.”
Pero aquel era solo el inicio. No importaba si eran de una clase u otra, si de Banes, Artemisa o Santiago, universitarios u obreros. La lucha continuó en silencio. Los padres se preocupaban, insistían en que tomaran todas las precauciones, que se cuidaran. En su afán por protegerlas, quizá, le piden que marche a cursar un postgrado en los EE.UU. Vilma se los había prometido, así que partió, aunque no se alejó de los valores que ellos mismos le habían inculcado. A su regreso, por indicación del Movimiento, hace una escala en México donde conoce por fin a Fidel y a Raúl.
“En el aeropuerto estaban Fidel, Raúl, Gustavo, Cándido González y Chuchú Reyes. Cuando bajé del avión pensé encontrar a unos guerrilleros con traje de campaña y pelos largos tal vez, pero para mi sorpresa eran unos jóvenes apuestos, bien vestidos que me dieron la bienvenida con una orquídea y de inmediato me llevaron a uno de los barrios más elegantes y caros del Distrito Federal, a casa de alguien importante que nos estaba apoyando. Esa fue la primera vez que vi a Fidel.”
Regresa a Cuba con las indicaciones de Fidel para Frank País; se alista en los preparativos del alzamiento de Santiago y continúa en la lucha clandestina. Días antes de que fuera asesinado, Frank la designa coordinadora del Movimiento 26 de Julio en Oriente. Entonces, cambia el seudónimo de Mónica por uno que empezara con D (los máximos dirigentes del movimiento llevaban nombres con D); el anterior ya estaba fichado igual que Alicia como también le llamaron.
La vida clandestina se tornaba complicada; era cada vez más perseguida y Raúl decide que la agente Déborah se quede en el Segundo Frente Frank País, en Mayarí Arriba; ya estaba muy “quemada” en la ciudad y fue imprescindible proteger su vida.
Lo embrujé cantando
En el Segundo Frente, la neblina era espesa desde el atardecer hasta las nueve de la mañana del otro día; eso les facilitaba moverse. Hasta los árboles y los bichos del monte cooperaban. Cuando el jeep de los rebeldes se acercaba, los curujeyes enviaban mensajes en las alas de las mariposas; ellas les acompañaban hasta el final del camino en señal de buen augurio. El trino de los pájaros interpretaba una de esas canciones que solo se saben las avecillas de la Sierra. El sol tallaba los árboles. Déborah tenía 28 y aún no conocía el amor.
“A esa edad no había tenido novio; puede que los más jóvenes no me crean, pero fue así. Era muy seeeria. Mis compañeros me protegían mucho y con el tiempo me convertí en la chaperona de algunos de ellos. Los mismos que antes me cuidaban demasiado empezaron a sugerir que me apurara, no fuera a ser que quedara soltera, pero siempre pensé que eso no era cosa de apuro. Algunos decían que estaba esperando a un príncipe azul montado en un caballo blanco”.
Y llegó, con su traje verdeolivo y un puñado de sueños para compartir aquella guerra y todo lo que vino después.
“Raúl dice que lo embrujé cantando. Yo interpretaba viejas canciones cubanas que a él le gustaban mucho. Recuerdo que prefería aquella que dice: ‘dame un beso y olvida que me has besado; yo te ofrezco la vida si me la pides; que si llego a besarte como he soñado ha de ser imposible que tú me olvides…’ A él le encantaba esa canción.”
“Como yo nunca me había enamorado, no sabía qué era estar enamorada. Además me preocupaba que podía hacerle daño a Raúl, pues todos se daban cuenta de lo que él sentía, pero yo no estaba segura. Aunque era jaranero, conmigo siempre fue muy correcto, y serio. Mi mamá estuvo una vez con nosotros en el campamento y me preguntaba si no había alguien… Ella estaba loca porque yo me casara, para tener nietos pronto, pero no me decidía. Además, pensé: ¿bebés en medio de la lucha? ¡Qué va!”
La incertidumbre no duró mucho tiempo; era la etapa final de aquella cruzada. Déborah y Raúl seguían compartiendo las tensiones de la guerra. No tenía sentido esperar al triunfo. Todos se daban cuenta de la similitud de aquellas almas, de la necesidad de trabajar, conversar, cantar y hasta reír juntos. Todos menos ellos, hasta un día…
“Entró a mi cuarto, allá en la comandancia del Segundo Frente, y recuerdo que conversamos sobre un cargamento de armas y ropas que habíamos recibido. De pronto, recostó su cabeza a mi hombro… yo, extrañada, indagué:
- ¿Qué pasa?
- Nosotros estamos enamorados, dijo.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- ¡Ah! Pero, ¿tú no lo sabes?
- Yo, no.
“Nos reímos; conversamos y desde entonces, comenzó el noviazgo. La Revolución triunfó el primero de enero de 1959 y el 26 de ese mismo mes y año nos casamos en el Rancho Club de Santiago de Cuba; a los dos días nos mandaron a buscar de La Habana.”
Pero ella siguió pensando en su querida ciudad, guardó para siempre aquellos recuerdos de su casa de San Gerónimo donde nadie se atrevía a faltar al almuerzo del domingo cuando los Espín Guillois reunían a la familia. Cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas. Así crió a sus hijos y enseñó a sus nietos. “Raúl dice que son míos… y está bien, son míos, y de él, pero son míos.”
No dejó de ser tierna e intrépida. Ella misma comentaba sobre el placer que le producían el retorno a las viejas canciones cubanas cada vez que el trabajo le daba un resquicio, o los olores de la naturaleza, o disfrutar del verde de un jardín o un huerto escolar. Prometió dejar para otro momento anécdotas de aquellos tiempos en los que, a veces, jugarse la vida parecía una fiesta; pero aquella muchacha de cabellera lacia, dulce y enérgica como sus compañeros la recuerdan, se despidió esta tarde de lunes 18 de junio en La Habana. Le acompañaron su familia y el cariño de la gente común y corriente de su pueblo. Le seguirán siendo fieles las batallas cotidianas, los zunzunes de la montaña y el manto de florecillas rojas del Segundo Frente; allí, donde se jugó la vida y conoció el amor en plena lucha guerrillera, volverá a reunirse con sus camaradas de entonces. Hasta el último instante conservó para todos los que le conocieron el rostro feliz y sereno como el mejor trofeo de una vida que también le obsequió cuatro hijos y ocho nietos. Cuando miraba atrás, agradecía el privilegio que le concedió este tiempo: “A pesar de los que no están, de los momentos más difíciles y de todo lo que nos queda aún por emprender, me siento satisfecha”.
* Los testimonios son parte de una entrevista inédita con Vilma Espín Guillois, que publicó originalmenteLa Jiribilla.
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